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XIX.

En un par de días, tuve tiempo para conocer los habitantes del rancho.

Con la partida de los paisanos, que habían venido a ayudar, quedaron las casas como eran siempre.

Comíamos en la cocina, los hombres: Don Candelario, dueño de casa, Fabiano, un mensual, y Numa, un muchachote tioco, de mi edad. Nos servía la mujer de Don Candelario, Doña Ubaldina, alcanzándonos galleta y unos platos que casi nunca usábamos, pues cortada nuestra presa del churrasco, comíamos a cuchillo, tajeando los bocados sobre la misma galleta.

Eran los únicos momentos de reunión, salvo los del mate mañanero.