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XX.

Junto con la noche, terminó mi andar. A la madrugada, según mis previsiones, llegué a un puesto aseadito, en el que encontré a mi padrino, disponiéndose a salir con un hombre en quien, por las primeras palabras de conversación, reconocí al encargado de aquel potrero.

Don Segundo no se extrañó de mi presencia, pues habíamos quedado en que, una vez sano, iría yo a buscarlo para seguir viaje hacia el Norte.

Mi brazo desvendado explicaba mi venida y evitaba las burlas posibles a propósito de mi ridícula historia. Me guardé muy bien de desembuchar mis sinsabores.

Un día quedamos en aquella población, para partir a la mañana siguiente.

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