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monte, un cazalito de cabecitas negras que venía a beber en el surco de agua, nacido seguramente de las baldeadas...

—¿Es del oficio?

—¿Qué oficio?

—Domador.

El hombre que nos había ayudado a la mañana, enlazando los potros, vino del lado del galpón por la huellita, hasta parárseme enfrente:

—Tengo un encargue pa usté — me dijo.

—Usté dirá.

—No, señor; soy resero. Solamente así, cuando la ocasión se ofrece de ganar una changa...

—Y no sería gustoso de quedarse aquí, de domador? Me manda el patrón pa que le ofresca el trabajo. Yo ya estoy viejo y llevo trainta años en el oficio. Aquí vienen domadores po'l tiempo de la amansadura, y se van. El patrón, hasta aurita, no ha querido conchabar nenguno pa que se quede.

Nos fuimos caminando hasta el galpón. Me halagaba la propuesta, pero el vivir separado de mi padrino me parecía imposible.

—Pa mí solo es el encargue?

—Pa usté solo.

Bajo el alero del galpón, me puse a desparra-