Nos reíamos.
Después de haberme mostrado su tropilla, volvimos para las casas, desensillamos y largamos los caballos.
Me llevó para el que debía ser mi cuarto. Miré la cama, las paredes empapeladas, el lavatorio. Lo miré a Raucho.
—No te hallás? — me preguntó.
—Me parece le dije noche almirando las florcitas del papel.
Le hablaba con confianza, fraternalmente, como no lo hubiera hecho con ningún otro rico. Me propuso:
—Si querés tender el recao, allá por el galpón, yo te acompaño.
—¡Lindo!
1 que me vi'a pasar la Por Raucho conseguí permiso para comer en la cocina de los peones. Don Leandro debió comprender mi timidez y mandó a su hijo a que me acompañara. " Tomamos unos mates con Don Segundo y con Valerio, que mostró gran alegría de verme. Yo me encontraba conmovido con los recuerdos y, como los modos y el traje de Raucho me hacían olvidar mi cambio de situación, lo llevé por donde más podía encontrarlos.