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cuerpo y el facón se quebró entre los ladrillos del muro con nota de cencerro.

El tape Burgos dió para atrás dos pasos y esperó de frente el encontronazo decisivo.

En el puño de Don Segundo relucía la hoja triangular de una pequeña cuchilla. Pero el ataque esperado no se produjo. Don Segundo, cuya serenidad no se había alterado, se agachó, recogió los pedazos de acero roto y con su voz irónica dijo:

—Tome amigo y hágala componer, que así tal vez no le sirva ni pa carniar borregos.

Como el agresor conservara la distancia, Don Segundo guardó su cuchillita y, estirando la mano, volvió a ofrecer los retazos del facón:

—¡Agarre, amigo!

Dominado el matón se acercó, baja la cabeza, en el puño bruñido y torpe la empuñadura del arma, inofensiva como una cruz rota.

Don Segundo se encogió de hombros y fué hacia su redomón. El tape Burgos lo seguía.

Ya a caballo el forastero iba a irse hacia la noche; el borracho se aproximó, pareciendo por fin haber recuperado el don de hablar:

—Oiga, paisano — dijo levantando el rostro hosco, en que sólo vivían los ojos. — Yo vi'a