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"¡juera!" a la perrada, diciéndome que pasara adelante y me señaló unos de los tantos bancos del aposento para que me sentara.

Toda la mañana quedé en aquel rincón espiando los movimientos del viejo, como si de ellos dependiera mi porvenir. No dijimos una palabra.

A mediodía empezaron a llegar algunos peones y sonó una campana llamando para la comida. La gente saludaba al entrar y algunos me miraban de soslayo.

Junto con cuatro o cinco hombres, entró Goyo López que yo conocía del pueblo.

—¿Andás pasiando? — me preguntó.

—Vengo a buscar trabajo.

—¿Trabajo? — repitió clavándome la vista. Un momento temblé pensando que algo iba a decir de mi familia en el pueblo, pero Goyo era hombre discreto. Los peones me observaban. Un muchachón dijo, comentando mi respuesta:

—Vendrá a conchabarse pa hombrear bolsas.

Goyo se dió vuelta hacia él:

—Sí, chucialo aura que está medio asustao, porque cuanto tome confianza tal vez te hombree a vos. No sabés que peje es éste.

Un momento fuí el punto de mira de cuarenta