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IV.

Horacio me despertó bruscamente sacudiéndome por los hombros.

Mi primer pensamiento fué para el día anterior: mi huída, el éxito de mi treta para preceder a Don Segundo en la estancia de Galván, la recepción de Goyo y la presentación que hizo de mí a la peonada como mensual nuevo, el incidente de la mesa.

Alboreaba y ya, por la pequeña ventana, vi rociarse de tintes dorados las nubes del naciente, largas y finas como pétalos de mirasol.

Bajé los pies del catre, me levanté con esfuerzo sobre las piernas blandas como queso, ajusté mi faja, me rasqué los ojos cuyos párpados sentía más pesados que si los hubieran picado los mangangás, y me encaminé arrastrando las alpar-