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—Quién sabe intervino Goyojor que lo largara.

—¡Claro!

subrayé el campo mis veinte pescs.

—No 1 ladinazo pa'l retruque.

¡Oh! aseguró Don Segundo si es por pico, no hay cuidao. Antes de callarse, más bien se le va hinchar la trompa. Es de la mesma ley que los loros barranqueros.

—Ya me castigaron concluí encogiéndome de hombros, como para prevenir un golpe, y no hablé más.

Un chico como de doce años se había sentado cerca mío y miraba mis espuelas, mis manos lastimadas en la jineteada, mi rostro cubierto por la tierra del arreo, con la misma admiración con que días antes observé yo a Valerio o a Don Segundo. Su ingenua prueba de curiosidad admirativa era mi boleta de resero.

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no juera me— — pa ver cómo corren por volvió a interrumpir el viejito — si es Para que durmiera la siesta, el mismo muchacho se comidió a enseñarme un lugar aparente y le estuve de ello tan agradecido casi como de sus manifestaciones de muda simpatía.

A eso de las cuatro nos hallábamos otra vez en el callejón. Las despedidas habían sido cordiales,