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O T E L O.
CASIO.

¿Beodo yo?

YAGO.

(A Rodrigo.) Echa á correr gritando: «favor, alarma.» (Se va Rodrigo.) Paz, señores. ¡Favor, favor! ¡órden! ¡Buena guardia está la nuestra! (Óyese el tañido de una campana.) ¿Quién tocará la campana? ¡Qué alboroto! ¡Válgame el cielo! Deteneos, señor teniente. Caminais ciego á vuestra ruina.

(Sale Otelo con sus criados.)
OTELO.

¿Qué ha sucedido?

MONTANO.

Yo me voy en sangre. Me han herido de muerte.

OTELO.

¡Deteneos!

YAGO.

¡Deteneos, teniente Casio! ¡Montano, amigos mios! ¿Tan olvidados estais de vuestras obligaciones? ¿No veis que el general os está dando sus órdenes?

OTELO.

¿Qué pendencia es esta? ¿Estamos entre turcos, ó nos destrozamos á nosotros mismos, ya que el cielo no permitió que ellos lo hiciesen? Si sois cristianos, contened vuestras iras, ó caro le ha de costar al primero que levante el arma ó dé un paso más. Haced callar esta campana que altera el sosiego de la isla. ¿Qué es esto, caballeros? Tú, mi buen Yago, ¿por qué palideces? Cuéntamelo todo. ¿Quién comenzó la pendencia? No me ocultes nada. Tu lealtad invoco.

YAGO.

El motivo no lo sé. Hace poco estaban en tanta paz