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ne STELLA

—Una lindísima costumbre de Bélgica es aquella de las placas en las esquinas de sus calles, dijo Montero y Espinosa.

Tsabel le pidió informes con mucho interés.

—Cuando muere un hombre que no tiene grandes hechos, ni obras monumentales, pe- ro si virtudes, sus amigos se reunen, piden permiso 4 la municipalidad y colocan como. recuerdo 4 esas virtudes, en la esquina de una calle, en la fachada de una casa, una placa artística con un nombre y una fecha.

Cinco lindas muchachas que se paseaban, rozaron al grapo con sus trajes de telas cla- ras y ligeras. Una de ellas, de cabello muy negro, alta, y muy bonita, estiró su mano que sacndió dos veces la de Ana María, su amiga de infancia, que iba á su encuentro.

—¡Adiós, Ana María, adiós, querida!

—¡Adiós, Susanita!

—¡Si el reconocimiento tuviera cabida en los hombres, cuántos corazones latirían á la memoria del abuelo de esa linda chiquilina! dije Máximo. Fué un hombre que encontró su placer en hacer el bien. ¡Cuántas familias le deben su pan. A cuántos amigos, que hoy no lo recuerdan, salvó de la ruina, sin osten- tación, entre una broma y otra, Goyo Torres!

—Es verdad, dijo Alberto, con una nube- cilla de tristeza en su semblante. ¡Pobre Don Goyo! ¡Cuántos debemos gratitud 4 su me- moria!

—+Es de un hombre bien nacido recordar