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inadre. Sentáse en el resto de tronco de un eucalipto, y meciéndolo miraba al frente, tratando de trazar el camino que la llevaría más ligero á su casa, Un perrito cuzco,. único compañero de Rosa, ladró y gruñó anuncian- do algún extraño. Ella no prestó atención, y siguió arrullando al niño, sin ver al jinete que se acercaba por el lado contrario al que ella miraba. Él, que no sólo la había visto sino también reconocido, la saludó desde arri- ha de su caballo:

— Buenas tardes, mi amiga Alex.

M oir la voz de Máximo tuvo una exela mación de sorpresa y volvió hacia él su cara.

—¿De dónde sale usted? Lo creíamos en la ciudad.—Sin darle tiempo á hablar, continuó más apresuradamente: —Olvide por nna hora sus «mañas» de niño terrible, y calle, Más tar- de sabrá la aventura dramática, el drama odioso y cruel, que me ha conducido hasta este pobre rancho, Por ahora, ciego, mudo y sordo.




stá bien mi coronel! le contestó ha- ciendo la venia, y bajando del caballo.

Ella le refirió el chasco del cochero.

—No me extraña, son unos cachafaces. ... Llegué esta mañana, Sentí mucho no haber podido venir ayer con Dolores; estaba ocupa- do en pacificar 4 dos amigos, empeñados en batirse. En «pelear» dirían mis gauchos... «Cherchez la femme»

¿—Todavía se haten ustedes por nosotras?