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Con una mano su frente
De sudor humedecida:
Y llevaba algunas veces
Al techo su errante vista
Y entonces algun suspiro
De su corazon salia.
¡Pobre Juan, en cuyo pecho
De amor la llama está viva!
Resuelto al cabo parece,
Segun su cara lo indica,
Y a todos «á Dios» diciendo,
Se va por la escalerilla,
Cruzando á poco al escape
En su alazan la campiña.
Pasóse la tarde aquella
Y pasó el siguiente dia,
Y cien y cien se pasaron
Y nada de Flor sabian.
La vieja cayó muy mala
Al peso de su desdicha;
Y la flor de la quebrada
Del todo quedó marchita.