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alegría, desde el momento en que se le acabó tan buena vida y tuvo que ganar el pan con el sudor de su rostro.

Desde tan remota antiguedad hasta la época en que vivimos no hay quien de un modo ú otro no haya corrido: unos á pie, otros en pollino, unos al paso, otros al trote y no pocos á todo escape, todos caminamos; y aunque de distinto modo y por vias á veces encontradas, llegamos siempre al mismo término.

Pero no es mi intento hablar de tantos y tan diversos modos como hay de llegar al fin de nuestra carrera, porque es asunto demasiado grave y que me guardaré muy bien de tocar: solo quiero ocuparme de lo que comprende el título de este artículo, y todo lo que no sea «Carreras de S. Juan y S. Pedro en la Capital de Puerto-Rico» queda escluido de él.

Apesar de mi genio, procuraré, lector querido, ponerme un poco serio porque la costumbre de un pais es cosa delicada y debe tratarse con circunspeccion. Solo pido que tengas en cuenta mi buen deseo, para que disimules las faltas, que no será estraño cometa el que hace algunos años salió, siendo todavía muy jóven, del país cuyas costumbres ensaya bosquejar.

Hay ciertos dias en los cuales las poblaciones mas pacíficas, las ciudades mas bien gobernadas, ricas é industriosas y las aldeas mas pobres, parece que, obedeciendo á un instinto particular, se complacen en salir de las reglas que guardan durante todo el año; dias de bullicio y confusion que cada país y aun cada pueblo tiene segun su índole y el