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Página:El Cardenal Cisneros (01).djvu/16

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EL CARDENAL CISNEROS

conciencia que no tenia la virtud y las luces que demandaba aquel supremo cargo. Ocupólo, al fin, porque S. S., en Breve que le dirigió, le exhortaba, y además mandaba, con toda su autoridad, que aceptase sin réplica ni dilación el Arzobispado de Toledo, para el que habia sido elegido en la forma y según las reglas de la Iglesia.

Muchos dudaron de la sinceridad con que obraba Cisneros en esta ocasión. No tiene nada de extraño. El tejido ordinario de la vida humana está compuesto de pequeños vicios y de pequeñas virtudes, de modo que el vulgo que no comprende ni se explica nada más allá de esta esfera, ántes que reconocer y admirar una virtud, cuya espléndida grandeza le deslumbra, tiene por mejor explicársela, siguiendo sus estrechas inspiraciones, de una manera negativa, por medio de un pequeño vicio. Asi la humildad de Cisneros pudo tomarse por muchos por hipocresía: contra esta suposición protestan toda la vida anterior y toda la vida posterior de Cisneros. Quien en el vigor de la edad, sonriéndole la fortuna, protegido y mimado por el gran Cardenal de España, renuncia al mundo y se encierra en un claustro para pensar sólo en la salvación de su alma, no es maravilla que rechazara con sincera humildad el puesto á que á los sesenta años, ya viejo, se le elevaba. Dado el carácter de Cisneros, esta es la lógica y esta es la verdad; pero hay gentes que por enfermedad del ánimo ó por limitación del entendimiento, cuando no por ambas cosas á la vez, se enamoran de lo absurdo y de lo inverosímil para reducir á la pequenez y á los vicios propios toda la grandeza y todas las virtudes de la humanidad.


IX.

Cisneros fué consagrado Arzobispo de Toledo el 11 de Octubre de 1495 en Tarazona y á presencia de los Reyes Católicos, ceremonia que tuvo lugar en un convento de San Francisco.

La extrema elevación á que llegó tan rápidamente desde tan bajo por el favor de la Reina, la sincera humildad de que siguió dando muestras, aún después de elegido Arzobispo, la modestia con que, después de la ceremonia de Tarazona, se presentó á dar gracias á los Reyes, diciéndoles: vengo á besar las manos á vuestras Altezas, no porque me han elevado a la primera Sede de la