Página:El Cardenal Cisneros (11).djvu/34

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servicios que le prestara Cisneros, tenía que rendirse, en su mocedad é inexperiencia, á los consejos, á la obcesion de los extranjeros que con él venian. Ya sólo bajo su inspiración obraba: quiso ver á su madre, aunque con apariencias de filial ternura, en realidad para asegurarse de todo peligro por aquel lado, diciendo públicamente que habia venido de Flándes para aliviarla de los cuidados del Gobierno, pero para seguir también su voluntad en todos los casos. El Cardenal, conocedor del corazón humano y hombre de Estado, sobre todo, aprobó que el Rey viese á su madre, que asi cumplia á un buen hijo, y esto produciria excelente impresion sobre los Españoles, pero censuró las consideraciones con que pretendió justificar este acto, pues no parecía sino que el rey temiese que se le embarazase el manejo de los negocios y que habiendo cosas que se deben ejecutar antes que decir, sin dar razón alguna, no comprendia por su parte que se expusieran las que no fueran verosímiles y concluyentes. Bueno que D. Cárlos quisiera ver á su madre, pero ¿á qué decir que se proponía obedecer su voluntad, cuando todo el mundo sabia en España la triste incapacidad de Doña Juana y que era inútil consultarla, y que además para nada se iba á contar con ella, ya por los Flamencos, ya por su hijo, que tanta prisa se dió en tomar el título de Rey?

Desde este instante, sino D. Cárlos, sus consejeros se propusieron anular la inñuencia de Cisneros y no le economizaron contrariedades ni pesadumbres. Negósele el alojamiento que su familia pidió para él en Valladolid con el protesto de que la casa se reservaba para la Reina Germana, y aunque el aposentador flamenco, rindiéndose á las razones del Duque de Escalona, que habló recio en favor del Cardenal, le señaló el alojamiento pedido, destinó sus domésticos, de que tanto necesitaba en su enfermedad, á otro extremo de la población. Desdichadamente Cisneros no tuvo necesidad siquiera de usar este alojamiento: la enfermedad lo retenia en Roa y pronto iba á despedirse de este mundo. Los Flamencos, que estaban enterados diariamente, por los médicos que asistían al ilustre enfermo, de los crecientes progresos de su mal, temian, sin embargo, que fuese eterno, sin duda porque nadie, por de prisa que muera, muere tan pronto como de ordinario desean los herederos. De aqui que trabajasen infatigablemente con el Rey para que lo despidiera cuanto ántes: de aquí aquella carta, monumento insigne de ingratitud, en que D. Cárlos le decia que habia trabajado