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Raquel Camaña

Dominada por una íntima voluntad de elevarse, de divinizarse, si cupiere lo que en la primera juventud fué ilusión, en el estío, a los 29 años, va a convertirse en realidad gracias a cuantiosa herencia. Para ella ha de aparecer el amor cortado a la medida, el dueño extraordinario, superior a la turba que ya la asedia olfateando a la heredera poderosa y a la mujer inexperta socialmente, fácil de cazar.

No se trata de un personaje de novela añeja, de aquellos que se afligen porque sus millones les impiden encontrar el amor sincero. Como el inteligente en arte que, repleta la cartera, sale a la calle dispuesto a elegir, Lina, arımada con su caudal, se arrojará a descubrir ese ser que, desconocido, es ya su dulce dueño. Y aparecerá. El también poseerá su fuerza propia. Será fuerte en algún sentido. Algo le distinguirá de la turba; al presentarse él, una virtud se revelará; virtud de domínio, de grandeza, de misterio.

Las cabezas se inclinarán, o los ojos quedarán cautivos, o el corazón.se descolgará de su centro, yéndose hacia él...

"Sácame de la realidad, amado... Lejos, lejos de lo real, dulce dueño..." suspira Lina oyendo cantar Lohengrin.

Y la realidad la asquea tres veces. Disfrazada con mentidos ideales, primera; seductora bajo viril deseo, luego; y, por fin, aparentemente depurada de toda carnal pasión, en una amistad sentimental trágicamente abortada.

Lina no ofrece el caso frecuente de la mujer que repugna el matrimonio porque repugna la sujeción.

Hay algo más... Hay una alta, íntima estimación de ella misma; hay el temor de no poder estimar en tanto precio al hombre que acepte.

Y, si ella se analiza profundamente, halla que desea amar, i cuánto y de qué manera!, con toda la violencia de su ser escogido, singular. ¿Por qué lo desea?