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Raquel Camaña

detrás de nosotros, a su naciente simpatía. De ahí, también, las nebulosas discusiones sobre maniobras navales en las que se enfrascaban los delegados argentinos acudiendo en última instancia al peritaje del caballero chileno, quien excusaba su incompetencia jamás admitida. Descubrí por qué, en lugar de la partidita de truco, venía a hacerme tertulia en la cubierta a la hora del paseo para poder admirar a la brasileña parloteando a grititos con los hermanos. De ahí el dolerse ahora de no saber valsar, él el amigo del baile, de "esa escuela de perdición" Por eso cuidaba con más meticulosidad, si cabe, su ya atildado vesti y desde el sabio négligé matinal hasta el etiquetero traje de sarao, siempre de veinticinco alfileres, nuestro amigo el chileno asediaba de firme la ya bamboleante plaza.

Dulce y sabrosa más que la fruta del cercado ajeno debió parecerle la brasileñita al médico donjuanesco. Y empeñó la partida con grandes ventajas dado que el galeno valsaba físicamente y la brasileña era su hada y compañera habitual.

¡Lo que inventé para mitigar las penas de nuestro pobre compañero, el caballero chileno! ¡Lo que idearon aquellos diablos de la Punta Brava para desbaratar los planes del nuevo galanteador! Inútiles empeños. La fortuna se inclinaba sonriendo al médico y nuestro pobre amigo desmejoraba a ojos vistas. Y el suplicio de Tántalo de verla siempre, hora a hora, y la rabiosa impotencia de hacer compañía en la mesa al odiado rival, y el hablarle y el sonreirle y el devorarlo a hurtadillas fieramente y el maldecirlo a espaldas y el envidiarlo siempre. Pero la Punta Brava se vengaría, no hay duda de que se vengaría: Tarde o temprano. De Tenorio las galleaba el mediquín? Pues en lo de Tenorio las lloraría.

Una noche hacíame compañía el alicaído chileno. Paseaba el galeno frente a la bella codiciada y 150