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Raquel Camaña

los europeos, cubiertos de rojo tarbouch. los turcos y de negro fez. los persas. Salvo los jefes de servicio, el resto era egipcio: Bajos, de anchas espaldas, frente que huye, pómulos acentuados, mentón prognata, aire servil; marcados, desde la sonrisa hasta el andar, por ancestral esclavitud; vestidos regiamente de púrpura, chaquetilla ajustada sobre amplísimo chirouallos pies calzados de rojas babuchas de incurvada punta, la cabeza cubierta de rojo fez con borla negra de rica seda, deslizábanse silenciosos, mudos, atentos, obedientes a un golpe de timbre, a un gesto, a una mirada.

178 Esa primer noche la pasé en la Opera. Una compañía francesa cantaba "Le Chémineau". El pequeño teatro, de tan bello y majestuoso aspecto exterior desbordaba de concurrencia, en su mayoría europea. Siete palcos, cubiertos por toldos de ricos tapices, ocultaban a las miradas indiscretas a las huríes del Khédive abonadas a ese turno.

Al salir del teatro, no por ya vista dejó de deslumbrarme la feérica iluminación y la muchedumbre pululeante y rumorosa, abigarrada y dicharachera, contenta, infantilmente curiosa, serviimente respetuosa. Supe entonces que los mágicos adornos respondían al jubileo popular celebrando el aniversario del advenimiento al gobierno de la familia del Khédive actual.

Por eso, en los días sucesivos, mientras almorzaba o cenaba, mientras descansaba al atardecer o a la siesta en magnífica terraza o en los espléndidos salones abiertos sobre la avenida central, presencié el desfile de tropas regionales precedidas de músicas exóticas, chirimías, tamboriles, pífanos, que aguda y extrañamente marcaban el paso de los soldados y encabritaban los bellísimos caballos árabes de los jefes y oficiales, vestidos todos a la europea. Admiré también los cortejos característicos: nupciales, de