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Raquel Camaña

Mi próximo viaje a Egipto sabido es que nadie pisa la tierra de los Faraones sin sentirse atraído por siempre tendrá el siguiente itinerario: Estada de tanto tiempo como disponga, que siempre poco será, en el Cairo. Excursión en camello y con carpas portátiles, a través del desierto, hasta Fayoum, delicioso oasis de rosas y de frutas, situado a 80 kilómetros al sur del Cairo, en el desierto líbico. Excursión a Menfis, ciudad de la cual sólo la tradición señala el emplazamiento ocupado hoy por bosques magníficos de palmeras gigantes en medio de los cuales duermen las dos estatuas colosales de Ramsés el Grande. Prolongar la excursión a caballo hasta las pirámides de Sakkara, el Serapeion, la tumba de Tih, una de las mejor conservadas en las márgenes del Nilo que muestra, frescas aún, pinturas y grabados en los que desfilan, natural y vivamente, las costumbres y usos de hace 5.000 años. Cruzando el desierto y cambiando el caballo por el camello, regreso al Cairo por las pirámides de Gizeh y la Esfinge, sorprendiendo, así, desde el mejor punto de vista, la visión de estas maravillas de ingeniería antigua. Partida del Cairo, rumbo al Alto Egipto por tren, hasta Assiout, la ciudad del gigantesco dique embalsador de las aguas del río fertilizante, maravilla aun después de visto el del Cairo sólo el de Assouam, antes de la primer catarata, se lleva la palma. Visita del curiosísimo convento copto en medio del desierto. Excursión hasta Beni—Hassan, cuyas tumbas rocosas, cavadas a mitad del cerro, causan tenebrosa impresión. Con ellas contrasta alegre y vivamente el riente espectáculo del valle fertilísimo, dominado desde la cima del cerro a la que se llega cómodamente a lomo de burro.

Embarco en Assiout, a bordo de uno de los buques turistas. La compañía alemana y la inglesa de Cook disponen de cómodos vapores. Aconsejo la Cook, porque en sus manos está todo en Egipto: buques, 188