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El Dilettantismo sentimental

de la duda para levantarnos sobre nosotros y sobre los demás destruyendo prejuicios; hay que dejarse fundir en la llama de la desesperanza para que surja, de adentro, de muy adentro, el sentimiento que nos une al todo; hay que resistir bajo el yunque del dolor para forjar el ideal con lo que de nosotros quede.

La intoxicación literaria, producida por la mentira vital romántica, se hizo sentir en las jóvenes generaciones. Por un lado, un pesimismo paralizarte; por otro, un desarrollo enfermizo de la imaginación que desorbitaba al actuar en la vida real. Era un hecho el concebirse a sí mismo bajo una forma diferente de lo que se era en realidad, enfermedad mortal de la imaginación y de la afectividad que, después de Flaubert, se llamó "el bovarismo". Parece que en estos histéricos del sentimiento, el desarroi, imaginativo hubiera quedado estacionado en la fase que va de la niñez a la adolescencia. En efecto, el niño interpreta todo lo que le roia con heredado antropomorfismo, animando con su propia vida lo inerte, que él juzga con criterio introspectivo. Ama lo fabuloso, que para él es lo real. Así, para los atacados de "bovarismo', lo realizable, lo imaginable es también real.

La vida forja ideales que evolucionan con ella. Estacionarse en el que corresponde a la imaginación personificadora, animadora, del niño. es condenarse a ser estrellado contra lá realidad. El ideal remonta cl río de la vida: detenerse es volver atrás.

Flaubert, hijo del romanticismo, probó en su vida cuán difícil es domar la imaginación en la ruda escuela de la realidad. Vió el peligro en esas exaltaciones vagas que nos llevan fuera de la vida práctica, inadaptándonos, lenta y dulcemente: convirtién-