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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían: de manera que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias. Yo sé ó tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado, y me dejase estar en esta jaula, perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados, que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad.

—Pues con todo eso, replicó Sancho, digo que, para mayor abundancia y satisfacción, sería bien que vuestra merced probase á salir desta cárcel (que yo me obligo con todo mi poder á facilitarlo, y aun á sacarle della), y probase de nuevo á subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según va de melancólico y triste; y hecho esto, probásemos otra vez la suerte de buscar más aventuras; y si no nos sucediese bien, tiempo nos queda para volvernos á la jaula, en la cual prometo, á la ley de buen y leal escudero, de encerrarme juntamente con vuestra merced, si acaso fuere vuestra merced tan desdichado, y yo tan simple, que no acierte á salir con lo que digo.

—Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano, replicó don Quijote; y cuando tú veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré en todo y por todo; pero tú, Sancho, verás cómo te engañas en el conocimiento de mi desgracia.

En estas pláticas se entretuvieron el caballero andante y el mal andante escudero, hasta que llegaron donde, ya apeados, los aguardaban el cura, el canónigo y el barbero. Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejólos andar á sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba á quererla gozar, no á las personas tan encantadas como don Quijote, sino á los tan advertidos y discretos como su escudero, el cual rogó al cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula; porque si no le dejaban salir, no iría tan limpia aquella prisión como requería la decencia de un tal caballero como su amo.