del terreno sea debido solamente al depósito de las crecientes anuales. ¿Han averiguado de las tradiciones, o en el estudio del suelo, si hubo otras causas más activas para su formación? Tal es la alucinación que a veces produce en la mente del sabio la belleza de una teoría preestablecida, que en la observación no ve, no puede ver más que los fenómenos que concurren a realizarla; quedándose muy atrás del vulgo que puede sospechar, sin gran esfuerzo de meditación, que en un río tan caudaloso como el Misisipí, bien pudieron sus impetuosas corrientes haber acarreado inmensa copia de árboles y tierras, que depositados en su embocadura, hayan acelerado la formación de su gran delta. En efecto, el mismo Ampére, que visitó aquellos lugares, asegura que cuando se escava en el del Misisipí, se encuentran muchas capas de troncos de florestas enteras, amontonadas por lechos sucesivos, las unas sobre las otras, y que en una de esas excavaciones se ha encontrado un cráneo humano. Véase pues, como las mismas conclusiones de la ciencia vienen a desvanecer la pretendida vetustez de los deltas; porque si hay alguna cosa demostrada en la geología, es la poca antigüedad de la raza humana sobre la tierra.
Mas, sea lo que fuere de aquella edad fabulosa, para la formación de nuestro delta han concurrido agentes muy activos que rápidamente han estado produciendo su levantamiento y extensión. Aunque, en consideración a la poca fuerza de la corriente del Paraná no se admita la estratificación de leños (de la que tampoco se encuentran vestigios en las excavaciones, aunque no profundas, que se han hecho), tenemos una causa poderosa del incremento de las islas en las dunas o depósitos de tierra formados por las polvaredas o tormentas de polvo; en las