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30 — El Tempe Argentino.

Las valiosas producciones de las islas, que manaron día por día durante siglos, cual ríos de leche y miel, no han bastado para llamar la atención sobre el inagotable venero que las cría. Los habitantes de la campaña construyen sus casas, cercas, corrales, carros y arados con las maderas de las islas, sin saberlo. El negociante europeo paga con estimación las pieles de nutria y capibara, ignorando quizá su procedencia. La cascara que suministra el tanino para la curtiembre, la leña con que se proveen las fábricas y el hogar, el zumo refrigerante de la naranja, la exquisita miel, los delicados duraznos, son bienes que se disfrutan en Buenos Aires y en las poblaciones ribereñas de una y otra banda de los tres ríos, sin que se conozca el suelo que espontáneamente los produce. Siglos hace que estas islas preciosas están entregadas al hacha destructora del leñador indolente, y son sin tregua esquilmadas por la ciega codicia del hombre inculto, sin el coto de la ley y sin el correctivo reparador de la industria.

¿Cuál es el país tan afortunado como el Tempe Argentino, cuyos moradores vivan exentos de la pena impuesta al hombre de no gozar sino á costa de sus fatigas los productos de la tierra, sin más trabajo que alargar la mano para recoger los abundantes dones de un suelo feraz y de sus fecundas aguas? ¿En qué país del mundo, como en este nuevo paraíso se ve la industria y el trabajo reemplazados por la misma naturaleza que, encargada del abono y riego del suelo, le hace producir las más seguras y abundantes cosechas? ¿Inventó jamás la ciencia un medio tan fácil de comunicación como el de los canales del delta, donde los buques pueden surcar por opuestos derroteros, sin