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El rancho. — 47

copudos sauces, con su baño delicioso y su chalana! ¡Qué deleitable contemplar las bellezas de la primavera desde su rústico y pintoresco albergue! ¡Que grato es aspirar el aire vivificante de la mañana, que penetra en el rancho libremente, incitándonos a gozar el bello espectáculo de la salida del sol!

¡Qué encanto escuchar a la alborada el cuchicheo de los nidos y los alegres preludios de los himnos a la aurora que asoma por el oriente! Todavía no se muestran para el hombre señales del alba, cuando bajo su mismo techo se la anuncia la charla bulliciosa de las golondrinas, seguida muy pronto por las tiernas canciones de la tacuarita, y los gritos del bienteveo repitiendo su nombre. Todas las aves abandonan la espesura que les sirvió de refugio contra los temores de la noche; dejan sin cuidado sus polluelos, y cada una a su modo celebra la vuelta de la luz que les trae la alegría y los placeres! La calandria se remonta por los aires entonando sus inimitables cantos, para anunciar desde el cielo a los dormidos el nacimiento del sol. El hornero, modelo de industria y parsimonia, nos avisa con su ruidoso claqueo, que ha llegado la hora del trabajo. El boyero (pájaro tejedor) parece despertar a los ganados con sus silbidos sonoros que imitan la voz humana. El carpintero, sin pérdida de tiempo, continúa a golpe de pico en un duro tronco la obra laboriosa de su nido, y millares de jilgueros, cantando todos a la vez, aumentan el regocijo de la madrugada con el gracioso desconcierto de sus trinos.

Toda la naturaleza se despierta a gozar el placer de la existencia desde los primeros albores del nuevo día. El verdor del follaje, la frescura de la brisa, la fragancia y belleza de las flores, el susurro de los árboles, la trisca de las aves y los peces, el