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hasta que vió sacar preso al que le negaba la deuda, libre de polvo y paja. El Cojuelo se fué tras ellos, y la Academia se malogró aquella noche, y murió de viruelas locas.

El Cojuelo, arrimándose al Alguacil, le dijo aparte, metiéndole un bolsillo en la mano, de trecientos escudos:

—Señor mío, vuesa merced ablande su cólera con este diaquilón (1) mayor, que son ciento y cincuenta doblones de a dos.

Respondiéndole el Alguacil, al mismo tiempo que los recibió:

—Vuesas mercedes perdonen el haberme equivocado, y el señor Licenciado se vaya libre y sin costas, más de las que le hemos hecho; que yo me he puesto a un riesgo muy grande habiendo errado el golpe.

El soldado y la señora doña Tomasa, que también habían regalado al Alguacil, por más protestas que le hicieron entonces, no le pudieron poner en razón, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos dellos, que habían llegado al río y al Pasaje, que llaman, por donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y, tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano, calle Mayor de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galán se fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya, haciendo mil discursos con sus trecien(1) También llamado cerato simple.