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de los susodichos. A la puerta de una dellas estaba un hombre, muy bien tratado de vestido, escribiendo sobre la rodilla y sentado sobre una banqueta, sin levantar los ojos del papel, y se había sacado uno con la pluma sin sentillo. El Cojuelo le dijo:

—Aquél es un loco arbitrista que ha dado en decir que ha de hacer la redución de los cuartos, y ha escrito sobre ello más hojas de papel que tuvo el pleito de don Alvaro de Luna.

—Bien haya quien le trujo a esta casa—dijo don Cleofás; que son los locos más perjudiciales de la república.

—Esotro que está en esotro aposentillo—prosiguió el Cojuelo es un ciego enamorado, que está con aquel retrato en la mano, de su dama, y aquellos papeles que le ha escrito, como si pudiera ver lo uno ni leer lo otro, y da en decir que ve con los oídos. En esotro aposentillo lleno de papeles y libros está un gramaticón que perdió el juicio buscándole a un verbo griego el gerundio. Aquel que está a la puerta de esotro aposentillo con unas alforjas al hombro y en calzón blanco, le han traído porque, siendo cochero, que andaba siempre a caballo, tomó oficio de correo de a pie. Esotro que está en esotro de más arriba con un halcón en la mano es un caballero que, habiendo heredado mucho de sus padres, lo gastó todo en la cetrería y ro le ha quedado más que aquel halcón en la mano, que se las come de hambre. Allí está un criado de un señor, que, teniendo qué comer, se puso a servir. Allí está un bailarín que se ha quedado sin