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el ingeniosísimo Quevedo en su Buscón, pensó perecer de risa, bien que se debe al insigne don Luis Pacheco de Narváez haber sacado de la oscura tiniebla de la vulgaridad a luz la verdad deste arte, y del caos de tantas opiniones las demostraciones matemáticas desta verdad.

Había dejado en esta ocasión la espada negra un mozo de Montilla, bravo aporreador, quedando en el puesto otro de los Pedroches, no menos bizarro campeón, y arrojándose, entre otros que le fueron a tomar muy apriesa, don Cleofás la levantó primero que todos, admirando la resolución de el forastero, que en el ademán les pareció castellano, y dando a su camarada la capa y la espada como es costumbre, puso bizarramente las plantas en la palestra. En esto, el Maestro, con el montante (1), barriendo los pies a los mirones, abrió la rueda, dando aplauso a la pendencia veHorí, pues se hacía con espadas mulatas (2); y partiendo el andaluz y el estudiante castellano uno para otro airosamente, corrieron una ida y venida sin tocarse al pelo de la ropa, y a la segunda, don Cleofás, que tenía algunas revelaciones de Carranza, por el cuarto círculo le dió al andaluz con la zapatilla un golpe de pechos, y él, metiendo el brazal, un tajo a don Cleofás en la cabeza, sobre la guarnición de la espada; y convirtiendo don Cleofás el reparo en revés, con un (1) Espada grande con que el maestro de esgrima dirigía los asaltos.

(2) Por el color de ellas. Por lo mismo llama a la pendencia vellori (parda, gris).