¡Esta Maka es la simplicidad en persona!
Beta pasaba por muy inteligente. Gastaba lentes, y se decía que tenía la intención de ingresar en la Universidad. Su cabeza aparecía siempre un poco ladeada; su andar era firme y presuntuoso. Aburría a los hombres con sus discusiones interminables sobre la superioridad de las mujeres. Con una ingenuidad exagerada, solía decirles:
—Pues bien, ya que es usted tan psicólogo, dígame cuál es mi carácter.
Cuando la conversación versaba sobre literatura o se discutía la cuestión de quién era superior, Puschkin o Lermontov, Beta se colocaba en primera línea, como un elefante de combate.
La tercera, Chura, tenía la especialidad de jugar a la baraja con todos los ingenieros célibes. En cuanto sabía que uno de sus compañeros de juego estaba para casarse, lloraba casi de rabia y elegía otro. El juego, naturalmente, iba acompañado de bonitas y encantadoras fullerías; Chura, coquetamente, llamaba antipático al que jugaba con ella, y le daba golpecitos en las manos con las cartas.
Nina era la favorita de la familia, una niña mimada. No se parecía en nada a las hermanas, con sus corpachones y sus caras vulgares. Sólo la señora Zinenko podría explicar, quizá, el verdadero origen de la belleza y de la finura de Nina, de su figurita esbelta, de sus manos aristocráticas, de sus orejitas rosadas y de su esplén-