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"Anda, anda, ya lo acerté!" Luego, correría a su madre y le anunciaría, con voz alegre: "¡Mamá, el que viene es Bobrov. Yo lo acerté la primera!" Después, la señora Zinenko, enjugando lentamente las tazas, diría a Nina—y no a otra de las cinco muchachas—, con el tono de quien da una noticia alegre e inesperada: "¡ Ya lo sabes, mi pequeña Nina; tenemos la visita del señor Bobrov!" Y, como final, todos manifestarían una gran sorpresa cuando entrara Bobrov, como si por la ventana no le hubieran visto llegar.

"Farvater" se acercaba relinchando ruidosamente. Bobrov veía ya a lo lejos la casa de los Zinenko. Sus paredes blancas y su tejado rojo se descubrían apenas entre el follaje espeso de las lilas y las acacias. Un poco más abajo, al pie de la montaña, había un estanque rodeado de árboles.

A la puerta de la casa vió una figura, en la cual, por la blusa, de un amarillo claro, que contrastaba admirablemente con el moreno del rostro, reconoció en seguida a Nina. Se alzó sobre la silla, y se dispuso a bajar del caballo.

—¡Viene usted montado otra vez sobre su alhaja! ¡No puedo ver a ese animal!—gritó ella desde lejos, con la voz alegre y caprichosa de un niño mimado.

Desde hacía mucho tiempo, había tomado la costumbre de hacer rabiar a Bobrov con motivo del caballo. Y, sin embargo, sabía muy bien cuánto cariño sentía el ingeniero por el noble animal.