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Sentía un deseo irresistible de ir a casa de Zinenko. Quería asegurarse de nuevo de su dicha, oír las semiconfesiones de Nina, tan pronto tímidas como ingenuamente atrevidas; pero la presencia de Kvachnin le molestaba y sólo tenía un consuelo: el de que Kvachnin, seguramente, no estaría allí más de quince días.

Sin embargo, la casualidad le procuró una entrevista con Nina antes de la partida de Kvachnin. Fué un domingo, tres días después de la inauguración solemne del nuevo alto horno. Bobrov se paseaba a caballo por el ancho camino que iba de la fábrica a la estación. Eran las dos de la tarde, una hermosa tarde fresca. Ni una sola nube había en el cielo azul. El caballo, balanceando la cabeza al andar, caminaba con paso rápido.

En una vuelta del camino, cerca del depósito central, Bobrov vió una amazona que descendía por la colina, seguida de un caballero que montaba un caballo blanco. Bobrov reconoció en seguida a Nina. Vestía una larga falda verdeguantes amarillos y un sombrero de copa alta.

Manteníase a caballo muy graciosamente. Su jaquita avanzaba con paso alegre y seguro, encorvando el cuello y alzando mucho las finas y delgadas manos. En el caballeru ue seguía a Nina, Bobrov reconoció a Sveyevsky. Permanecía a una larga distancia detrás de ella. Montaba muy mal y hacía esfuerzos desesperados por dominar a su caballo y alcanzar a Nina. Con su figura inEL D108