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El hombre mediocre

de embalsarse en la rutina. Los honestos se esfuerzan por merecer el purgatorio; los delincuentes se han decidido por el infierno, embistiendo sin escrúpulos ni remordimientos contra el armazón de prejuicios y leyes que la sociedad les opone.

Cada agregado humano cree que «la» verdadera moral es «su» moral, olvidando que hay tantas como rebaños de hombres. Se es infame, vicioso, honesto ó virtuoso, con relación á la moralidad del grupo, variable en el tiempo y en el espacio. La «moral» no es una realidad, no tiene existencia esotérica, como no lo es la «sociedad» abstractamente considerada.

El bien y el mal serían idénticos si se les considerara en sí mismos, objetivamente, como atributos de ciertos hechos; se diferencian en nuestro juicio humano. Si dos sujetos tiran una moneda al aire y apuestan «á cara ó cruz», la cara es el bien de uno y el mal de otro, lo mismo que la cruz; la moneda, en sí, es una y no representa al bien ni al mal. Esos conceptos básicos de la ética son juicios elementales que acompañan á los conceptos de útil y nocivo, son movedizas sombras chinescas que los fenómenos reales proyectan en la psiquis social: calificaciones que ella hace de fenómenos indiferentes en sí mismos. Esa calificación se transmuta continuamente, transformándose sin cesar el bien en mal y viceversa.

Sus cánones no son absolutos ni inviolables; se transforman obedeciendo al enmarañado determi