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El hombre mediocre

Son innúmeros. Todas las formas corrosivas de la degeneración desfilan en su caleidoscopio, como si al conjuro de un maléfico exorcismo se convirtieran en pavorosa realidad los más sórdidos ciclos de un infierno dantesco: parásitos de la escoria social, fronterizos de la infamia, comensales del vicio y de la deshonra, tristes que se mueven acicateados por sentimientos anormales, espíritus que sobrellevan la fatalidad de herencias enfermizas y sufren la carcoma inexorable de las miserias ambientes.

Irreductibles é indomesticables, aceptan como un duelo permanente la vida en sociedad. Pasan por nuestro lado impertérritos y sombríos, llevando sobre las frentes fugitivas el estigma de su destino involuntario y en los mudos labios la mueca oblicua del que escruta á sus semejantes con ojo enemigo. Parecen ignorar que son las víctimas de un complejo determinismo, superior á todo freno ético; súmanse en ellos los desequilibrios transfundidos por una herencia malsana, las deformes configuraciones morales plasmadas en el medio social y las mil circunstancias ineludibles que atraviésanse al azar en su existencia. La ciénaga en que chapalean su conducta asfixia los gérmenes posibles de todo sentido moral, desarticulando las últimas anastomosis que los vinculan al solidario consorcio de los mediocres. Viven adaptados á una moral aparte, con panoramas de sombrías perspectivas, esquivando los clarores luminosos y escurriéndose entre las penumbras más densas;