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El hombre mediocre

sucitase un griego ó un romano, su cerebro permanecería atónito ante nuestra cultura intelectual, pero su corazón podría latir al unísono con muchos corazones contemporáneos. Sus ideas sobre el universo, el hombre y las cosas contrastarían con las nuestras, pero sus sentimientos ajustaríanse en gran parte á las palpitaciones del sentir moderno. En un siglo cambian las ideas fundamentales de la ciencia y la filosofía: los sentimientos centrales de la moral colectiva sólo sufren leves oscilaciones, porque los atributos biológicos de la especie humana varían lentamente. Nos fuerzan á sonreir los conocimientos infantiles de los clásicos; pero sus sentimientos nos conmueven, sus virtudes nos entusiasman, sus héroes nos admiran y nos parecen honrados por los mismos atributos que hoy nos harían honrarlos. Entonces, como ahora, los hombres de ideas más opuestas practicaban análogas virtudes, frente á la mediocridad de su tiempo. El fondo sentimental no varía; lo que se trasmuta incesantemente es la forma intelectual que lo transforma en juicio de valor, dándole fuerza ética.

Hay un progreso moral colectivo. Muchos dogmatismos, que fueron antes virtudes, son juzgados más tarde como prejuicios. En cada momento histórico las virtudes coexisten con los prejuicios; el talento moral practica las primeras; la honestidad mediocre se aferra á los segundos. Los grandes virtuosos, cada uno á su modo, combaten contra prejuicios; son sus enemigos al predicar una ele