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El hombre mediocre

dad está en perpetua evolución y el carácter individual es su delicado instrumento; hay que templarlo sin descanso en las fuentes de la cultura y del amor. Nace, en parte, con nosotros: el temperamento. Se educa después: la experiencia. Lo que heredamos implica cierta fatalidad, que la educación corrige y orienta. Los hombres están predestinados á conservar su línea propia entre las presiones coercitivas de la sociedad; las sombras no tienen resistencia, se adaptan á los demás hasta desfigurarse, domesticándose. El carácter se expresa por actividades que constituyen la conducta. Cada ser humano tiene el correspondiente á sus creencias; si es «firmeza y luz», como dijo el poeta, la firmeza está en los sólidos cimientos de su cultura y la luz en su elevación moral.

Los elementos intelectuales no bastan para determinar su orientación; la febledad del carácter depende tanto de la mediocridad moral como de aquéllos, ó más. Sin algún ingenio es imposible ascender por los senderos de la virtud; sin alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. En la acción van de consuno. La fuerza de las creencias está en no ser puramente racionales; pensamos con el corazón y con la cabeza. Ellas no implican un conocimiento exacto de la realidad; son simples juicios á su respecto, susceptibles de ser corregidos ó reemplazados. Son nuestras verdades actuales; cada verdad es una opinión contingente y provisoria. Todo juicio implica una afirmación; el juicio negativo es una creencia, lo mismo que el