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José Ingenieros

zón á los prejuicios y su inteligencia á las rutinas: la domesticación les facilita la lucha por la vida.

La mediocridad aborrece al digno y adora al lacayo. Gil Blas la encanta; simboliza al «hombre práctico» que de toda situación saca partido y en toda villanía tiene provecho. Persigue á Stockmann, el enemigo del pueblo, con tanto afán como pone en admirar á Gil Blas: le recoge en la cueva de bandoleros y le encumbra favorito en las cortes. Es un hombre de corcho: flota. Ha sido salteador, alcahuete, ratero, prestamista, asesino, estafador, fementido, ingrato, hipócrita, traidor, curandero: tan varios encenagamientos no le impiden ascender hasta la piara y otorgar sonrisas desde esa cumbre. Es perfecto en su género. Su secreto es simple: es un animal doméstico. Entra al mundo como siervo y sigue siendo servil hasta la muerte, en todas las circunstancias y situaciones: nunca tiene un gesto altivo, jamás acomete de frente un obstáculo.

El buen lenguaje clásico llamaba doméstico á todo hombre que servía. Y era justo. El hábito de la servidumbre trae consigo sentimientos de domesticidad, en los cortesanos lo mismo que en los pueblos. Habría que copiar por entero el elocuente «Discurso sobre la servidumbre voluntaria», escrito por La Boétie en su adolescencia y transmitido á la gloria por el admirativo elogio de Montaigne. Desde él hasta Sergi, miles de páginas fustigan la subordinación á los dogmatismos sociales, el acatamiento incondicional de los prejuicios