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José Ingenieros

existe el sentimiento del honor. Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos.

Los temperamentos adamantinos—firmeza y luz—apártanse de toda complicidad niveladora, buscan en sí mismos la sanción de sus actos, desafían la opinión ajena si con ello han de salvar la propia, declinan todo bien mundano que requiera una abdicación, entregan su vida misma antes que traicionar sus ideales. Van rectos, solos, sin contaminarse en facciones y huestes, convertidos en viviente protesta contra todo abellacamiento ó servilismo. Las sombras vanidosas se mancornan para disculparse en el número, rehuyendo las íntimas sanciones de su conciencia; los seres domesticados son incapaces de gestos viriles, fáltales coraje. La dignidad implica valor moral. Los pusilánimes son impotentes, como los aturdidos; los unos reflexionan cuando conviene obrar, y los otros obran sin haber reflexionado. La insuficiencia del esfuerzo equivale á la desorientación del impulso: el mérito de las acciones se mide por el afán que cuestan y no por sus resultados. Sin coraje no hay honor. Todas sus formas implican dignidad y virtud. Con su ayuda los sabios acometen la exploración de lo ignoto, los moralistas minan las sórdidas fuentes del mal, los osados se arriesgan para violar la altura y la extensión, los justos se adiamantan en la fortuna adversa, los firmes resisten la tentación y los severos el vicio, los mártires van á la hoguera por desenmascarar una hipocresía, los santos mue