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José Ingenieros

vocable en la propia dignidad. En las bregas domésticas, la obstinada sinrazón suele triunfar del mérito sonriente; la pertinacia del mediocre es proporcional á su acorchamiento. Los caracteres dignos desdeñan cualquier favor; se estiman superiores á lo que puede darse sin mérito. Prefieren vivir crucificados sobre su orgullo á prosperar arrastrándose; querrían que al morir su Ideal les acompañase blanquivestido y sin manchas de abajamientos, como si fueran á desposarlo más allá de la muerte.

Los caracteres dignos permanecen solitarios, sin lucir en el anca ninguna marca de hierro; son como el ganado levantisco que hociquea los tiernos tréboles de la campiña virgen, sin aceptar la fácil ración de los pesebres. Si su pradera es árida no importa; en libre oxígeno aprovechan más que en cebadas copiosas, con la ventaja de que aquél se toma y éstas se reciben de alguien. Prefieren estar solos. Saben que juntarse es rebajarse. Cada flor englobada en un ramillete pierde su perfume propio. Obligado á vivir entre desemejantes, el digno mantiénese ajeno á todo lo que estima inferior. Descartes dijo que se paseaba entre los hombres como si ellos fueran árboles; y Banville escribió de Gautier: «Era de aquéllos que, bajo todos los regímenes, son necesaria é invenciblemente libres: cumplía su obra con desdeñosa altivez y con la firme resignación de un dios desterrado».

Ignora el hombre digno las aterciopeladas cobardías que dormitan en el fondo de los caracteres