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El hombre mediocre

mo no poseería jamás. Mortificado por su propia impotencia saltó hasta ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga osó preguntarle: ¿Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó á interrogar á su vez: ¿Por qué brillas?


II.—Los sacerdotes del mérito.

Siendo la envidia un culto del mérito, los envidiosos son sus naturales sacerdotes.

El propio Homero encarnó ya, en Tersites, el envidioso de los tiempos heroicos; como si sus lacras físicas fuesen exiguas para exponerlo al baldón eterno, en un simple verso nos da la línea sombría de su moral, diciéndolo enemigo de Aquiles y de Ulises: puede medirse por las excelencias de las personas que envidia.

Shakespeare trazó una silueta definitiva en su Yago feroz, almácigo de infamias y cobardías, capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. El envidioso pertenece á una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión ó de desprecio. Sin coraje para ser malo, se resigna á ser vil. Rebaja á los otros, desesperando de la propia elevación.

La familia ofrece variedades infinitas, por la combinación de otros estigmas con el fundamental. El envidioso pasivo es solemne y sentencioso; el activo es un escorpión atrabiliario. Pero, lúgu