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José Ingenieros

malignos poco amenguan su irreprochable desventura, que está en sufrir de toda felicidad y en martirizarse de toda gloria. Rubens lo presintió al pintar la envidia, en un cuadro de la Galería Medicea, sufriendo entre la pompa luminosa de la inolvidable regencia.

El envidioso cree marchar al calvario cuando observa que otros escalan la cumbre. Muere en el tormento de envidiar al que lo ignora ó desprecia: gusano que se arrastra sobre el zócalo de una estatua.

Todo rumor de alas parece estremecerlo, como si fuera una burla á sus vuelos gallináceos. Maldice la luz, sabiendo que en sus propias tinieblas no amanecerá un solo día de gloria. ¡Si pudiera organizar una cacería de águilas ó decretar un apagamiento de astros!

Todo lo que causa felicidad puede ser objeto de envidia. La ineptitud para satisfacer un deseo ó hartar un apetito determina esta pasión que hace sufrir del bien ajeno. El criterio para valorar lo envidiado es puramente subjetivo: cada hombre se cree la medida de los demás, según el juicio que tiene de sí mismo.

Se sufre la envidia apropiada á las inferioridades que se sienten, sea cual fuere su valor objetivo. El rico puede sentir emulación ó celos por la riqueza ajena; pero envidiará el talento. La mujer bella tendrá celos de otra hermosura; pero envidiará á las ricas. Es posible sentirse superior en cien cosas é inferior en una sola; éste es el pun