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El hombre mediocre

llegan y él no, sin sospechar de cuantas espinas está sembrado el camino de la gloria.

Todo escritor mediocre es candidato á criticastro. La incapacidad de crear le empuja á destruir. Su falta de inspiración le induce á rumiar el talento ajeno, empañándolo con especiosidades que denuncian su irreparable ultimidad.

Los grandes ingenios son ecuánimes para criticar á sus iguales, como si reconocieran en ellos una consanguineidad en línea directa; en el émulo no ven nunca un rival. Los grandes críticos son óptimos autores que escriben sobre temas propuestos por otros, como los versificadores con pie forzado; la obra ajena es una ocasión para exhibir las ideas propias. El verdadero crítico enriquece las obras que estudia y en todo lo que toca deja un rastro de su personalidad.

Los criticastros son, de instinto, enemigos de la obra; desean achicarla por la simple razón de que ellos no la han escrito. Ni sabrían escribirla cuando el criticado les contestara: hazla mejor. Tienen las manos trabadas por la cinta métrica; su afán de medir á los demás responde al sueño de rebajarlos hasta su propia medida. Son, por definición, prestamistas, parásitos, viven de lo ajeno; cuando un gran escritor es erudito se lo reprochan como una falta de originalidad y si emplea una frase que usaron otros le llaman plagiario, olvidando que nunca lo es quien señala las fuentes de su sabiduría.

El criticastro mediocre es incapaz de enhilar