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El hombre mediocre

encender nuevos planetas en el cielo, de arrancar su fuerza á los rayos y á las cataratas, de infiltrar nuevos ideales á las razas envejecidas, de suprimir la distancia, de violar la gravedad, de estremecer á los gobiernos...

Cuando se eleva un astro ellos asoman en todos los puntos cardinales para cantarle el homenaje involuntario de su difamación. Aparecen por docenas, por millares, como liliputienses en torno de un gigante. Los contrabajistas de arrabal oprobiarán la gloria de los supremos sinfonistas. Gacetilleros anodinos consumarán bibliografías sobre algún lejano pensador que los ignora. Muchos que en vano han intentado acertar una mancha de color, dejarán caer su chorro de prosa como si un robinete de pus se abriera sobre telas que vivirán en los siglos. Cualquier promiscuador de palabras enfestará contra el que no sea un panarra ó un pravo. Las mujeres feas demostrarán que la belleza es repulsiva y las viejas sostendrán que la juventud es insensata; vengarán su desgracia en el amor diciendo que la castidad es suprema entre todas las virtudes, cuando ya en vano se harían biltroteras para ofrecer la propia á los transeúntes. Y los demás, todos en coro, repetirán que el genio, la santidad y el heroísmo son aberraciones, locura, epilepsia, degeneración, negarán el ingenio, la virtud y la dignidad, pondrán á esos talentos por debajo de su propia penumbra, sin advertir que donde el genio se resobra el mediocre no llega. Si á éste le dieran á elegir entre ser Sha