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El hombre mediocre

Habla por ellos la noble Sapía, desterrada por sus conciudadanos; fué tal su envidia, que sintió loco regocijo cuando ellos fueron derrotados por los florentinos. Y hablan otros, con voces trágicas, mientras lejanos fragores de trueno recuerdan la palabra que Caín pronunció después de matar á Abel. Porque el primer asesino de la leyenda bíblica tenía que ser un envidioso.

Llevan todos el castigo en su culpa. El espartano Antistenes, al saber que le envidiaban, contestó con acierto: peor para ellos, tendrán que sufrir el doble tormento de sus males y de mis bienes. Los únicos gananciosos son los envidiados; es satisfactorio sentirse adorar de rodillas.

Es necesario provocar la envidia, estimularla, acosarla, para tener la dicha de escuchar sus plegarias. No ser envidiado es una garantía inequívoca de mediocridad.