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El hombre mediocre

en unos antes y en otros después, despacio ó de prisa, el tiempo consuma su obra y transforma nuestras ideas, sentimientos, pasiones, energías, según el antiguo decir de Boileau: «El tiempo, que cambia todo, cambia también nuestros humores».

El proceso de involución intelectual sigue el mismo curso que el de su organización, pero invertido. Primero desaparece la «mentalidad individual», más tarde la «mentalidad social», y, por último, la «mentalidad de la especie».

La vejez comienza por hacer de todo individuo un hombre mediocre. La mengua mental puede, sin embargo, no detenerse allí. Los engranajes celulares del cerebro siguen enmoheciéndose, la actividad de las asociaciones neuronales se atenúa cada vez más y la obra destructora de la decrepitud es más profunda. Los achaques siguen desmantelando sucesivamente las capas del carácter, desapareciendo una tras otra sus adquisiciones secundarias, las que reflejan la experiencia social. El anciano se «inferioriza», es decir, vuelve poco á poco á su primitiva mentalidad infantil, conservando las adquisiciones más antiguas de su personalidad, que son, por ende, las mejor consolidadas. Es notorio que la infancia y la senectud se tocan; todos los idiomas consagran esta observación en refranes harto conocidos. Ello explica las profundas transformaciones psíquicas de los viejos; el cambio total de sus sentimientos (especialmente los sociales y altruistas), la pereza pro