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José Ingenieros

contemporáneo arreciar del neokantismo, tanto más ruidosa é irreparable preséntase la contradicción entre el joven y el viejo Kant. El mismo Spencer, monista como el que más, acabó por entreabrir una puerta al dualismo con su «incognoscible». Virchow, en plena juventud, creó la patología celular, sin sospechar que terminaría renegando sus ideas de naturalista filósofo. Lo mismo que él hicieron Wallace, Romanes, Du-Bois Reymond y C. E. Baer.

Para citar tan sólo á muertos de ayer, hase visto á Lombroso caer en sus últimos años en ingenuidades infantiles, explicables por su debilitamiento mental, á punto de llorar conversando con el alma de su madre en un trípode espiritista. James, que en su juventud fué portavoz de la psicología evolucionista y biológica, acabó por enmarañarse en especulaciones morales que sólo él comprendió. Y, por fin, Tolstoy, cuya juventud fué pródiga de admirables novelas y escritos, que le hicieron clasificar como escritor anarquista, en los últimos años escribió artículos adocenados que no firmaría un gacetillero vulgar, para extinguirse en esa peregrinación mística que puso en ridículo las horas últimas de su vida física. La mental había terminado mucho antes.