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El hombre mediocre

tendencia apacible de los rutinarios, cuya estabilidad parece inercia de muerte. Esa inquietud se exacerba en los grandes hombres, en los genios mismos si el medio es hostil á sus quimeras, como es frecuente. Nunca agita á los hombres sin ideales, informe bazofia de la humanidad.

Toda juventud es inquieta. El impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana é iluminada, la que mira al frente y no á la espalda; nunca los decrépitos de pocos años, prematuramente domesticados por la moral de las mediocracias: en ellos parece primavera la tibieza otoñal y toda ilusión de aurora es ya un apagamiento de crepúsculo. Sólo hay juventud en los que persiguen con entusiasmo una perfección; por eso en los caracteres excelentes puede persistir sobre el apeñuscarse de los años. Nada cabe esperar de los hombres que entran á la vida sin afiebrarse por algún ideal; á los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriada toda soñadora inquietud. Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.

Los idealistas suelen ser esquivos ó rebeldes á los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje nivelador, aborrecen de todo sistema, sienten el peso de la realidad que intenta domesticarlos, haciéndolos cómplices de los intereses creados, dóciles, maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad. El fanatismo igualitario pretende amalgamar á los in-