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José Ingenieros

Admiremos á los viejos por las superioridades que hayan poseído en la juventud. No incurramos en la simpleza de esperar una vejez santa, heroica ó genial tras una juventud equívoca, mansa y opaca; la vejez siega todas las originalidades con su hoz niveladora. Esos mediocres representativos, que ascienden al gobierno y á las dignidades después de haber pasado sus mejores años en la inercia ó en la orgía, en el tapete verde ó entre rameras, en la expectativa apática ó en la resignación humillada, sin una palabra viril y sin un gesto altivo, esquivando la lucha, temiendo los adversarios, y renunciando los peligros, no merecen la confianza de sus contemporáneos ni tienen derecho de catonizar. Sus palabras grandilocuentes parecen pronunciadas en falsete y mueven á risa. Los hombres de carácter elevado no hacen á la vida la injuria de malgastar su juventud, ni confían á la incertidumbre de las canas la iniciación de obras que sólo pueden concebir las mentes frescas y realizar los brazos viriles.

La experiencia complica la tontería de los mediocres, pero no puede convertirlos en genios; la vejez no abuena al perverso, lo torna inútil para el mal. El diablo no sabe más por viejo que por diablo. Si se arrepiente no es por santidad, sino por impotencia.