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Página:El hombre mediocre (1913).pdf/254

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José Ingenieros

rojar; las grandes sombras gozan oyendo las alabanzas que temen no merecer.

Las mediocracias fomentan ese vicio de siervos. Todo el que piensa con cabeza propia, ó tiene un corazón altivo, se aparta del tremedal donde prosperan los envilecidos. «El hombre excelente—escribió La Bruyère—no puede adular; cree que su presencia importuna en las cortes, como si su virtud ó su talento fuesen un reproche á los que gobiernan.» Y de su apartamiento aprovechan los que palidecen ante sus méritos, como si existiera una perfecta compensación entre la ineptitud y el rango, entre las domesticidades y los avanzamientos.

De tiempo en tiempo alguno de los mejores se yergue entre todos y dice la verdad, como sabe y como puede, para que no se extinga ni se subvierta, transmitiéndola al porvenir. Es la virtud cívica: lo mediocre y lo innoble son calificados con justeza; á fuerza de velar los nombres acabaría por perderse en los espíritus la noción de las cosas indignas. Los Tartufos, enemigos de toda luz estelar y de toda palabra sonora, persígnanse ante el herético que devuelve sus nombres á las cosas. Si dependiera de ellos la sociedad se transformaría en una cueva de mudos, cuyo silencio no interrumpiese ningún clamor vehemente y cuya sombra no rasgara el resplandor de ningún astro.

Todo idealista ha leído con lírica emoción las tres historias admirables que cuenta Vigny en su «Stello» imperecedero. Tener un ideal es crimen