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José Ingenieros

Ameghino y descubre fragmentos de alguna Verdad en formación. Y todo varía en sus dominios; fórmase en su rededor, como el halo en torno de los astros, una particular atmósfera donde su palabra resuena y su chispa ilumina: es el clima del genio. Y uno sólo piensa y hace: marca un evo.

Al lema de la democracia, «igualdad ó muerte», replica la naturaleza: «la igualdad es la muerte.» Aquel dilema es absurdo. Si fuera posible una constante nivelación, si hubieran sucumbido alguna vez todos los individuos diferenciados, los originales, la humanidad no existiría. No habría podido existir como término culminante de la serie biológica. Nuestra especie ha salido de las precedentes como resultado de la selección natural; sólo hay evolución donde pueden seleccionarse las variaciones descollantes de los individuos. Igualar todos los antropoides sería negar la humanidad; igualar todos los hombres sería negar el progreso de la especie humana. Negar la civilización misma.

Queda el hecho actual y contingente: el advenimiento progresivo del régimen democrático, en las monarquías y en las repúblicas, ha favorecido su descenso político durante el último siglo.

Abstractamente, la democracia subvierte la naturaleza; prácticamente, es una ficción siempre. Es una mentira de algunos que pretenden ser todos: el pueblo. Aunque en ella creyeron por momentos Lamartine, Heine y Hugo, nadie más infiel que los poetas idealistas al verbo de la equi