sus cubicularios más propincuos no osan llamarlos genios por temor al ridículo y sus adversarios no podrían sentarlos en cáncana de imbéciles sin flagrante injusticia. Son perfectos en su clima; sosláyanse en la historia á merced de cien complicidades y conjugan en su persona todos los atributos del ambiente que los repuja. Amerengados por equívocas jerarquías militares, por opacos títulos universitarios ó por la almidonada improvisación de alcurnias advenedizas, acicalan en su espíritu las rutinas y prejuicios que acorchan las creederas de la mediocridad dominante. Son pasicortos siempre; su marcha no puede en momento alguno compararse al vuelo de un condor ni á la reptación de una serpiente.
Todas las piaras inflan algún ejemplar predestinado
á posibles culminaciones. Seleccionan el acabado
prototipo entre los que comparten sus pasiones
ó sus voracidades, sus fanatismos ó sus vicios,
sus prudencias ó sus hipocresías. No son privilegio
de tal casta ó partido: su liviandad alcornocal
flota en todas las ciénagas políticas. Piensan con
la cabeza de algún rebaño y sienten con su corazón.
Productos de su clima, son irresponsables:
ayer de su oquedad, hoy de su preeminencia, mañana
de su ocaso. Juguetes, siempre, de ajenas
voluntades. Entre ellos eligen las repúblicas sus presidentes,
buscan los tiranos sus favoritos, nombran
los reyes sus ministros, entresacan los parlamentarios
sus gabinetes. Bajo todos los regímenes:
en las monarquías absolutas, en las repúbli