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José Ingenieros

de arrostrar en la tierra la sanción de los dignos, desearían postergarla para el cielo. Si en su poder estuviera cortarían la lengua á los sofistas y las manos á los escritores; cerrarían las bibliotecas para que en ellas no conspirasen ingenios originales. Prefieren la adulación del ignorante al consejo del sabio. Subyacen á todos los dogmas. Si coroneles, usan escapulario en vez de espada; si políticos, consultan la Monita Secreta para interpretar las Magnas Cartas de las naciones. Bajo su imperio la hipocresía—más funesta que la desvergüenza—tórnase sistema. En ese combate incesante, renovado en tantos dramas ibsenianos, los amorfos conviértense en columnas de la sociedad, y el que desnuda una sombra parece un sedicioso enemigo del pueblo. Todos los avisados golpéanse el pecho para medrar. Las huestes de sacristía crecen y crecen, absorbiendo, minando, ensanchándose: como un herpes moral que se agranda en silencio hasta manchar ignominiosamente la fisonomía de toda una época.


III.—La mortaja de la insignificancia.

Las mediocracias niegan á sus arquetipos el derecho de elegir su oportunidad. Los atalajan en el gobierno cuando su organismo vacila y su cerebro se apaga: quieren al inservible ó al romo. Hombres repudiados en la juventud, son consagrados en la vejez: á esa edad en que las buenas